Pasado y futuro del neomedievalismo “fuera de lugar”*

Past and future of “misplaced” neo-medievalism

Nadia ALTSCHUL
Investigadora independiente
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-1457-1723
nadia.altschul@gmail.com

Resumen: ¿Qué significa la Edad Media fuera de Europa, si Europa es el lugar directamente asociado con su origen y pertenencia? ¿Qué hacer con una Edad Media que, siguiendo el conocido término de Roberto Schwartz sobre las “ideas fuera de lugar”, está allí donde aparentemente no le corresponde? ¿Qué explicación podemos considerar para este trance de aparente inadecuación a ciertas geografías? El neomedievalismo es una aproximación a la Edad Media retomada después del Medioevo histórico y, en ese sentido, se lo puede considerar como una Edad Media “fuera de tiempo”. El presente artículo trabajará desde un enfoque teórico, con especial atención a cuestiones terminológicas y conceptuales, las características y posibilidades del neomedievalismo en Iberoamérica.

Palavras clave: neomedievalismo; Edad Media; Iberoamérica; Latinoamérica; decolonialismo.

Abstract: What does the Middle Ages mean outside Europe, if Europe is the place directly associated with its origin and belonging? What is to be done with a Middle Ages that, following Roberto Schwartz’s well-known term “ideas out of place”, is where it apparently does not belong? What explanation can we consider for this trance of apparent inappropriateness to certain geographies? Neomedievalism is an approach to the Middle Ages taken up after the historical Middle Ages and, in that sense, can be seen as a Middle Ages “out of time”. This article will work from a theoretical approach, with special attention to terminological and conceptual issues, the characteristics and possibilities of neomedievalism in Ibero-America.

Keywords: neomedievalism; Middle Ages; Ibero-America; Latin America; decolionialism.

Recibido: 21/09/2023

Aceptado: 08/12/2023

Cómo citar: Altschul, N. (2024). Pasado y futuro del neomedievalismo “fuera de lugar”. Neomedieval, 1, 3-17. https://doi.org/10.33732/nmv.1.5

Copyright: El/La Autor/a.

Esta obra está bajo una licencia internacional Creative Commons Atribución 4.0.

1. ¿Qué es el neomedievalismo?

El neomedievalismo, y lo que interesa a los neomedievalistas que lo estudiamos, es la reutilización de “lo medieval” en diferentes geografías y espacios: por qué se ha reutilizado, qué es lo que ello significa en el campo cultural y cuáles son los efectos de esta reutilización. Idealmente, debemos aproximarnos a esta fórmula tripartita en todas las instancias —cómo, por qué y con qué efectos—, aunque no todos los trabajos atiendan o provean los elementos necesarios para responder a las tres preguntas de manera completa, especialmente la tercera; la más difícil y a veces la más hipotética.

Como área de estudios, una de las primeras claves que podemos dar con respecto al neomedievalismo es que estudiamos lo que otros han llamado o asociado con la Edad Media histórica, generalmente entendida como los siglos del v al XV, los años 500-1500, o la época entre la caída de Roma y el llamado Renacimiento. Mientras que los estudios medievales son una ventana a estos siglos medios, el neomedievalismo es una ventana a momentos históricos y contextos culturales en los que aparece el interés por lo que otros han llamado o imaginado como “medieval”. Una clave fundamental que puede guiarnos sobre el neomedievalismo es que, si somos los investigadores quienes llamamos “medieval” a lo que observamos, es probable que no estemos estudiando neomedievalismo sino creándolo. La pregunta sobre quién está llamando “medieval” a aquello que estudiamos es así un dato clave para entender el neomedievalismo como campo de estudios. En su forma más clara, entonces, el neomedievalismo estudia lo que otros han asociado con “lo medieval”, a veces usando estereotipos ya contornados y otras dándole nuevos perfiles.

Algunos podrán preguntarse por qué considerar las reutilizaciones del Medioevo para entender contextos posteriores; por qué “privilegiar” las reutilizaciones de una época histórica que muchos considerarían periférica a las definiciones relevantes de nuestro mundo. En primer lugar, observar situaciones a través de un objeto supuestamente periférico es una metodología de gran eficacia porque ofrece un ángulo de visión que puede iluminar facetas soslayadas desde las perspectivas centrales bajo las que organizamos nuestro pensamiento. Y es que, pese a la existencia de perspectivas centrales, los momentos históricos y culturales que estudiamos son siempre más complejos y heterogéneos que las taxonomías y paradigmas que utilizamos para su comprensión. Desde su faceta supuestamente periférica, una de las razones principales para elegir “lo medieval” como ángulo de observación es que el Medioevo es la otra cara del período moderno. Así, la definición de la modernidad como período central no es ajena, sino que está intrínsecamente asociada a lo medieval como el lado oscuro sobre el que se apoya. Por otra parte, dejando de lado la idea común de que lo medieval es periférico, debemos reconocer que la mayoría de nuestras disciplinas y taxonomías para entender el mundo, y especialmente las humanidades, se conformaron durante un siglo y medio en el cual la Edad Media era un período central. Antes del Romanticismo, los estudios clásicos y el neoclasicismo daban el tono a las esferas culturales y políticas. Pero a grandes rasgos, a partir de los 1770 en adelante, y con la búsqueda generalizada de definiciones que escaparan al paneuropeísmo neoclásico, el Medioevo se vuelve el período central para comprender la organización humana y las identidades grupales, especialmente de los estados nación.

Nuestros propios pensadores y políticos iberoamericanos en el siglo de la independencia no eran ajenos a estas vertientes. Como he estudiado anteriormente, Andrés Bello, uno de los primeros grandes polígrafos de la América hispana, empezó su larga carrera dedicado a editar el Poema de Mio Cid, un texto que su entorno europeo asociaba con la identidad nacional de los pueblos hispanos de España y América (Altschul 2012). El caso de Bello no es solo paradigmático de la presencia central de lo medieval a principios de la independencia criolla en América, sino que nos ayuda a deslindar uno de los problemas más confusos de este campo de estudios: ¿cuál es la diferencia entre los estudios medievales y el neomedievalismo? Bello estaba ocupado en uno de los temas más comunes y de mayor importancia de comienzos del siglo XIX: la edición de textos medievales como el códice único del Poema de Mio Cid. ¿Qué aspecto del trabajo editorial de Bello es parte de los estudios medievales y qué aspecto de lo hecho por Bello es dominio del neomedievalismo? Una forma de separar entre estos dos aspectos intercalados es considerar que, por un lado, están los materiales provenientes del Medioevo (como el códice único o la comparación de variantes textuales) y, por el otro, están las ideologías y las razones por las cuales se han hecho estos estudios (por qué se hicieron, qué significan y qué efectos ha tenido estudiar y editar estos textos medievales) como dominio del neomedievalismo. Otra forma de entender la diferencia entre estos dominios es considerar al neomedievalismo como al aspecto historiográfico de los estudios medievales. Todo lo que hizo el siglo XIX y todo lo que hacemos nosotros ahora con respecto a “lo medieval” fue, o pronto va a ser, historiografía y neomedievalismo.

2. Neomedievalismo y sobreinterpretación

Menciono arriba que una clave para entender qué es el neomedievalismo es reconocer que no debemos ser los investigadores quienes asociamos ciertos usos y objetos culturales con “lo medieval”, sino que debemos abocarnos a materiales que otros asocian con lo medieval. ¿Se identifica “lo medieval” en los materiales estudiados como muros almenados, arcos en punta, sociedades multiétnicas, anarquía, guerras religiosas, feudalismo, mujeres guerreras? ¿Quién los identifica, por qué y con qué efectos? La realidad de la disciplina, sin embargo, es que a veces los estudiosos cruzamos este límite y somos nosotros mismos quienes señalamos ciertos elementos como “medievales”, aunque no estén identificados de manera explícita en los materiales estudiados. Un ejemplo propio es la asociación que ofrezco entre The Hunger Games y el neofeudalismo en la “Coda” de mi libro Politics of Temporalization (2020). Ni los libros ni las películas sobre esta trilogía hacen mención explícita al Medioevo. Pero quiero suponer que mi interpretación es apropiada al contexto y que los lectores sacan provecho de la asociación entre el empobrecimiento generalizado del llamado primer mundo y un presente que pasa a entenderse como retorno distópico al feudalismo económico y sus organizaciones sociales. Con esto quiero decir que como investigadores podemos ofrecer una interpretación convincente y generadora sobre la manera en la cual un objeto cultural se asocia de forma velada a “lo medieval”, pero la responsabilidad de convencer al lector, y de evitar la sobreinterpretación, recae sobre nosotros.

El paradigma académico actual acepta como evidente que “la Edad Media” así como “la modernidad” y otras taxonomías históricas y culturales que utilizamos no son entidades que existen por sí mismas, sino que son construcciones críticas y, en gran medida, construcciones académicas. Pero es aún poco discutido en nuestro campo que los estudiosos del neomedievalismo, así como escritores y otros actores culturales, también estamos involucrados en la continua creación del “Medioevo”, a veces al encontrarlo donde somos los únicos que lo identificamos. Las artes neomedievales pueden custodiar y reproducir el significado de “lo medieval” que ha sido aceptado por una época o grupo; o pueden modificar los parámetros al incluir nuevas temáticas (e. g. el género), o nuevas culturas (la andalusí, la mudéjar), etc. Pero los estudiosos del neomedievalismo también podemos sobreinterpretar los objetos estudiados y asociarlos a lo medieval en formas que se acercan más a un “neomedievalismo académico” que a un neomedievalismo externo al estudioso que lo propone: nuestro propio interés puede llevarnos a ver lo medieval en todos los rincones y a crear una impresión de presencia que solo existe en nuestra propia visión. Los estudiosos podemos inventar nosotros mismos ciertos elementos al punto de “medievalizar” nuestros objetos de estudio: será entonces nuestra tarea entender las razones propias que tenemos los académicos para inventar lo medieval y los efectos que esto crea. En todo caso, la mayoría de quienes estudian y leen sobre neomedievalismo se han encontrado con ejemplos que no son convincentes y que los pueden llevar a considerar que el área de estudios no es lo suficientemente seria.

Un caso es la concisa crítica de la disciplina ofrecida por Richard Marsden, quien registra con el ejemplo del bardo gaélico Ossian el tema de la sobreinterpretación académica que pocos han querido mencionar. Apunta que, aunque los poemas de tinte épico de Ossian han sido tratados por el neomedievalismo como parte del auge romántico por las épicas fundacionales del Medioevo y han entendido al bardo escocés como al Homero nacional de Escocia, la figura de Ossian es cronológicamente anterior al Medioevo y lo que muestra es una reutilización de la Antigüedad clásica, no de la Edad Media. Como estipula Marsden, lo que muestra la identificación académica del Ossian clásico con el neomedievalismo es el carácter demasiado elástico del concepto y de la disciplina y, con ello, la tendencia a una sobreinterpretación de “lo medieval” por los académicos que lo estudiamos. En sus palabras, la aproximación a Ossian como neomedieval ilustra tanto una definición homogeneizante que anexa motivos históricos de forma indiscriminada como un “oportunismo disciplinar” que nace de una mentalidad de “busca y lo hallarás” (5-6).1

Es probable que una mayoría de lectores de neomedievalismo ya hayan encontrado sus propios ejemplos de esta tendencia homogeneizante y de sobreinterpretación. Uno que siempre me ha llamado la atención entre los dados por la página web de la asociación estadounidense de la disciplina es el neomedievalismo en la película juvenil Babe. Así como se ofrece en las definiciones de la página web de SiM:

Babe is, first of all, a film with a recognizably medievalist agenda. It celebrates love between master and servant (these days, animals have to stand in for the peasants), and rural life as the scene in which such love might be rediscovered. It expresses distaste for technology, focused especially on communications in the form of a Fax machine, but also recuperates the Fax, as well as discipline, training, technique. These figures recall the master tropes of anti-utilitarian medievalism in the nineteenth century. So does the film’s insistent association of meaningless speech with commercialism and disbelief in the remarkable, and its association of meaningful speech with Babe’s taciturn but loving farmer —a man behind the times who nonetheless is able to succeed because he recognizes the distinctive gifts of his animals, even when they want to do the work of the ‘other’ (even, that is, when the pig Babe wants to do the work of a sheep dog) (Fradenburg 1997).

Podríamos decir no solo que la interpretación medieval del mundo rural es problemática por otras razones, como imaginar que fuera de las ciudades industrializadas se vive en el pasado, sino que una plétora de formas de vida no industrializadas parecen caber sin discernimiento en la definición aglomerante de “medieval”. Algo similar se observa en la asociación crítica “medieval” del shire en El señor de los anillos de J. R. Tolkien, así como del mundo mágico creado por J. K. Rowling en Harry Potter.2 Con respecto a Babe, podemos contrarrestar la vaga y ambigua asociación con lo medieval haciendo notar que muchos de los parámetros que llevan a la interpretación neomedieval de la película se encuentran en otros ejemplos culturales. Por ejemplo, el paternalismo, lo bucólico y la posición estamental de los animales-siervos frente al agricultor-dueño son parámetros similares a los que podemos encontrar en una serie como Downton Abbey, que sigue los avatares de una familia británica aristocrática y los sirvientes de la gran casa familiar del mismo nombre, yendo de fines del siglo XIX hasta antes de la Segunda Guerra Mundial. La serie británica se ubica históricamente de manera exacta, con contactos explícitos con la Primera Guerra Mundial y otras fechas clave de la historia británica. Pese a las semejanzas con elementos de Babe, la clara posición histórica de Downton Abbey en los albores y comienzos de siglo XX nos impide llamar a la serie “neomedieval”, ni siquiera podemos llamarla “pseudomedieval” como El señor de los anillos o Harry Potter. Lo que la asociación de Babe con “lo medieval” nos obliga a ponderar es, por un lado, la tendencia disciplinar a la sobreinterpretación y, por el otro, qué significa la “medievalist agenda” que la película supuestamente respalda: ¿alcanza una visión nostálgica sobre el pasado preindustrial o un afecto palpable por la vida agropecuaria para proponer una reutilización del Medioevo? Claramente, no. Cualquier momento histórico o localidad que se diferencie del mundo industrial acabaría cabiendo en lo medieval o siendo medievalizado por el crítico a través de la sobreinterpretación. En el pasado he dado otro ejemplo a través del fundador del campo en su vertiente estadounidense, notando cómo Leslie Workman, en su deslindamiento de una nueva disciplina, medievalizó zonas del mundo que le parecían haber continuado formas de vida venidas del Medioevo, como las sierras de Escocia descritas por Walter Scott (las Highlands) y, en gran parte, la mayoría de las geografías colonizadas por españoles que, según la historiografía, habían establecido un nuevo Medioevo en sus colonias americanas. Debemos reconocer con estos casos que en nuestro campo hay una abigarrada historia en la que “lo medieval” es más visible en la mirada del observador que en los materiales estudiados. Una parte reconocible de nuestra tarea es no dejarnos llevar por esta tendencia y evitar razonamientos donde, sesgados por nuestros propios intereses, somos quienes sobreinterpretamos los materiales que estudiamos.

3. La Edad Media “fuera de lugar”

¿Qué significa la Edad Media fuera de Europa, si Europa es el lugar directamente asociado con su origen y pertenencia? ¿Qué hacer con una Edad Media que, siguiendo el conocido término de Roberto Schwartz sobre las “ideas fuera de lugar”, está allí donde aparentemente no le corresponde? ¿Qué explicación podemos considerar para este trance de aparente inadecuación a ciertas geografías?

El neomedievalismo es una aproximación a la Edad Media retomada después del Medioevo histórico y, en ese sentido, se lo puede considerar como una Edad Media “fuera de tiempo”. El neomedievalismo en Iberoamérica tendría el doble trance de estar dislocado tanto temporal como geográficamente y ser así también una Edad Media “fuera de lugar”. Lo primero en este caso es que tal interpretación del neomedievalismo como externo a Iberoamérica, porque pertenece verdaderamente a Europa, se basa en la ilusión de que la Edad Media en Europa no es una construcción, sino algo natural y oriundo que está “en su lugar”. La Edad Media recuperada como verdadero origen de las costumbres autóctonas europeas encaja con particular facilidad en los nacionalismos europeos: es la conocida y estudiada búsqueda del Romanticismo por aquella identidad propia que diferenciaría a cada nación de sus vecinas. En su vertiente iberoamericana, los nacionalismos se abocaron primeramente a insistir en la continuación del mundo español y portugués en las Américas, y, al tratarse de una primera colonización comenzada en 1492 y 1500, la asociación de Iberoamérica con los países ibéricos —evidente en la misma nomenclatura— utilizaba la Edad Media como período de origen para las costumbres propias que hacían a la identidad del subcontinente. Un ejemplo que he tratado con anterioridad es el “hispanismo”, notable en la Argentina de principios del siglo XX, que estipuló la importancia de la época medieval ibérica como la verdadera identidad de los criollos en América. En Argentina lo hizo en gran medida para diferenciar a las elites europeas llegadas antes de la inmigración masiva de la época, que veía porcentajes altísimos de nuevos inmigrantes, especialmente del sur de Europa, y parte de sus efectos fue crear una identidad criolla ibérica para un país que había terminado de dislocar a los pueblos indígenas que los antecedieron.

Pero, como he considerado en más extensión (Altschul y Grzybowski 2020), la Edad Media en su supuesta geografía original en Europa es una construcción ideológica tanto como en Iberoamérica: ha sido moldeada según las propias necesidades de los países y regiones que pudieron construirla. A grandes trazos, una de estas primeras construcciones ha sido la de dividir entre un espacio cultural de cristianismo puro que toma cuerpo en una lucha contra un espacio cultural musulmán, como por ejemplo en la lucha de Carlos Martel, que extirpa al islam del centro geográfico del continente y estipula la asociación de “Europa” con las extensiones bajo dominio carolingio. La Edad Media en esta construcción se define frente a un enemigo religioso, toma cuerpo en el cristianismo latino y ubica lo verdaderamente europeo y medieval en países particulares. También es evidente en esta construcción del Medioevo que estos parámetros han dejado de lado en particular las zonas híbridas donde el “cristianismo puro” que le sirve de centro se habría visto “contaminado” con otras religiones y supuestas etnias biológicamente diferenciables. Es evidente que entre las razones principales por la cuales Iberia no formó parte central de los estudios medievales tradicionales era la hibridación que llevó a nuevas identidades culturales como el mudéjar. La Edad Media en su lugar “natural” hizo lo necesario para autodelimitarse como identidad cristiana y excluyó las que hoy llamaríamos “zonas de contacto”. Esa Edad Media que algunos aún toman como autóctona y original fue inventada primero por anticuarios a mediados del siglo XVIII, continuada en el Romanticismo decimonónico, para ser luego perfeccionada y reutilizada por los variados neomedievalismos esparcidos por el mundo.

Como ejemplo de esta construcción “natural” que excluye las zonas de contacto podemos indicar el que ciertas producciones culturales sobre la Córdoba medieval se consideren formas de neomedievalismo al centrarse en aspectos cristianos de este lugar y época, mientras que una película en árabe como Al-Massir (1997), de Youssef Chahine, sobre Ibn Rushd (Averroes), ambientada durante la misma época histórica, abre todo tipo de preguntas sobre su adscripción a lo medieval. Es claro que nos encontramos frente a la misma época histórica, la misma mezcla de culturas y lenguas, y a veces los mismos personajes históricos, pero, un ejemplo se adscribe fácilmente al neomedievalismo, mientras que el otro, no. La dificultad central con la que nos enfrentamos es la de nuestras propias taxonomías. Los parámetros usados por anticuarios, académicos y artistas, que se han vuelto paradigmáticos, son el núcleo del problema: el dilema son las invenciones de “lo medieval” que trazan límites conceptuales que aún no sabemos si o cómo cruzar. Especialmente visible para quienes estudiamos zonas de contacto es que nuestras taxonomías son retrospectivas y hacen foco en lo que interesa a los contemporáneos que las instituyeron. El significado central de lo medieval inventado en el Romanticismo es el cristianismo latino y, así, gran parte de los estudios medievales del siglo XIX se centraron en delimitar lo europeo de lo musulmán.3 Pero desde Iberia como zona de contacto, también es visible que la definición del Medioevo en Europa incluye el paganismo escandinavo, no porque se asociara al cristianismo latino que modelaba el concepto con centro principal en tierras carolingias, sino porque este era significativo para localidades centrales que inventaron lo medieval en el siglo XIX, como las Islas Británicas. Estos inventos no significan que las materialidades de la época histórica y los restos arqueológicos no opongan resistencia de algún tipo, mayor o menor en diferentes lugares y épocas, pero sí implica que podemos observar la invención del Medioevo no solo en Iberoamérica, sino también en Europa como el lugar al que supuestamente pertenece de manera autóctona y natural. Estas invenciones del pasado y las dificultades encontradas en las taxonomías que utilizamos también nos indican que podemos observar la invención del Medioevo en nosotros mismos. El neomedievalismo del Romanticismo podrá haber sido nacionalista y el argentino del siglo XX podrá haber sido hispanista; pero el neomedievalismo contemporáneo, tanto artístico como académico, también está abocado a ideologías propias, algunas de ellas igualmente intransigentes.

Por dar un ejemplo, y aunque nos sorprenda a primera vista, la Edad Media recuperada como verdadero origen de las costumbres autóctonas de una geografía particular se ve asociada al “delinking” del decolonialismo en su vertiente latinoamericana. El problema de una búsqueda de rasgos originales frente a la “contaminación” externa continúa en estudios latinoamericanos provenientes del mundo académico norteamericano que se abocan asiduamente a variaciones sobre el concepto de identidad. Uno de los problemas que la crítica decolonial latinoamericana ha evidenciado con mayor nitidez es que la idea de ciertos temas como estando “fuera de lugar” nos lleva a considerar que finalmente los únicos saberes y formas de vida que “pertenecen” a un lugar particular son los “originarios” —para Iberoamérica, aquellos que estaban presentes antes de la conquista ibérica. Podemos reconocer entonces que el “delinking” de la teoría decolonial latinoamericana, nucleado en el argentino Walter Mignolo y el peruano Aníbal Quijano, es en sí mismo una forma de búsqueda de orígenes inmaculados. A quienes estudiamos la invención y reutilización de raíces medievales autóctonas en Europa, la búsqueda de orígenes puros es una temática conocida y asiduamente criticada, especialmente su uso por los neomedievalismos de corte nacionalista. Es claro que, aunque disguste a muchos, los países iberoamericanos se crearon en el horror de masacres y conquistas, así como en los sufrimientos padecidos en inmigraciones masivas. Ninguno de nuestros países sería lo que es hoy, ni lo que fue en distintas épocas históricas, si extirpáramos quirúrgicamente lo “llegado desde afuera”.

4. Neomedievalismo como “Nueva Edad Media”

Una última razón para estudiar nuestro mundo a través de “lo medieval” es que, así como lo fue en el Romanticismo, “lo medieval” ha dejado de ser periférico para volverse otra vez un concepto central que explica los problemas del ahora y los futuros que se vislumbran desde el presente.

En las artes y humanidades, el neomedievalismo, el neoclasicismo o el neosurrealismo son una recuperación de un período considerado temporalmente anterior, al que se vuelve o al que se hace referencia. Pero fuera de las artes y las humanidades, la vuelta a lo medieval también se ha convertido en un modelo corriente para explicar direcciones socioeconómicamente distópicas a las que se acerca nuestro futuro. En particular, ha tomado relevancia en las Ciencias Políticas la noción de que estamos viviendo una Nueva Edad Media. Quienes proponen la idea hablan en sentido estricto de que en muchas maneras ya vivimos una época “neomedieval”: que nuestras formas de sociabilidad y de interacción entre clases y grupos sociales han vuelto a funcionar según formas análogas a aquellas en que sociedades y grupos de la Edad Media histórica equilibraban sus diferentes ambiciones. Esta es una Edad Media inventada según parámetros comunes basados en el mencionado cristianismo latino, con reyes y papas, tres estamentos, contrato feudal con caballeros armados, etc. Su centro de gravedad es el desmantelamiento de un estado centralizado que detenta el poder judicial, militar y político sin competidores que lo pongan en entredicho. La Nueva Edad Media de las Ciencias Políticas identifica una vuelta a poderes fracturados y sin un dominio centralizado, como el de la nación-estado, que pueda regular la violencia y los deseos contrapuestos de los diferentes grupos que la conforman. Esta Nueva Edad Media se identifica con la falta de soberanía nacional, la aparición de elites transnacionales con mayor asociación interna que con sus países de origen o residencia, la creación de lealtades en conflicto, la formación de zonas privadas para las clases pudientes y la concomitante reducción de lo común, la privatización de la violencia y de la defensa, e. g., con grupos privados pagos a cargo de la seguridad.

Por un lado, entonces, este neomedievalismo político nos indica que ya no estamos viviendo en la época posmoderna, sino que nuestra realidad es más afín a una reactivación de los parámetros de vida de la Edad Media europea que una distorsión o continuación de los que habrían caracterizado al período moderno. Por otro lado, al hacer referencia directa al Medioevo como período histórico que se retoma y revive en la contemporaneidad, las Ciencias Políticas también están creando su propia forma de neomedievalismo: están llamando a nuestra época “neomedieval” por sus propias razones y con sus propios efectos. Entre las razones y efectos que se abren con esta renovación, Bruce Holsinger identificó el uso del neomedievalismo para conseguir que miembros de grupos terroristas pudieran ser “legalmente” torturados en campos de detención como Guantánamo. Al ser identificados como miembros de grupos prenacionales y estados no plenamente conformados, estos combatientes ya no estaban protegidos por las leyes internacionales contra los abusos que amparan a las milicias de naciones enemigas. Un uso diferente se encuentra, por otro lado, en movimientos como Occupy Wall Street. Ellos tomaron la idea de una elite económica “neofeudal” formada por el 1 % de la sociedad para criticar el bailout de los bancos internacionales en 2008 y una reorganización en la que los más ricos se enriquecían a costa del empobrecimiento y erosión de derechos generalizados. Podemos considerar como hipótesis que un efecto de este foco en el 1 % ha sido el desarrollo del concepto de neofeudalismo tan presente en el mundo anglófono en estos años.

5. Latinoamérica y el neofeudalismo

El neofeudalismo mencionado arriba, como vertiente del concepto de Nueva Edad Media, propone que el futuro del capitalismo neoliberal no es el “desarrollo” o el “progreso”, sino un nuevo feudalismo impulsado por formas extremas de desigualdad económica y social. Algunas de las explicaciones determinan que la desigualdad proviene de la habilidad de las elites para continuar arrebatando autoridad y recursos de un estado que se va desmantelando y perdiendo poder.

Aunque centrado en el llamado primer mundo, y en zonas como California, los elementos que identifican a la Nueva Edad Media de las Ciencias Políticas son parte de la realidad diaria de muchos iberoamericanos: favelas y villas miseria para los pobres, comunidades cerradas con seguridad privada para los más pudientes, elites internacionales con poca comunicación con las masas empobrecidas, corrupción política, etc. No debería sorprendernos entonces que Brasil haya sido examinado como ejemplo contemporáneo de relaciones de poder ajenas al control del estado-nación (Bagnall 2015).

Para considerar el significado del neofeudalismo en Iberoamérica, vale la pena mencionar el concepto de “pobrismo” identificado en el mundo político argentino. Jorge Ossona describe en un artículo periodístico cómo en el kirchnerismo:

El empobrecimiento sentó las bases de una cultura política por la que micro jefaturas de base territorial negocian con el gobierno ya no políticas universales sino subsidios bajo la forma de alimentos, tierras, planes o dinero a cambios de votos colectivos. La homogeneidad de las sociedades populares transmutó, así, en un complejo mosaico de situaciones cuyo común denominador es solo la pobreza crónica (2015).

Esta descripción del pobrismo no parece disociada de una visión neofeudal, en que la mayoría de la población deberá ver sus posibilidades “financieras” aplanadas hacia abajo (en vez del concepto de progreso según el cual se ecualizaría hacia arriba), y en la cual solo ciertos grupos hiperpudientes mantendrían sus riquezas porque supuestamente las merecen o, para parafrasear la explicación usada en 2008 para el bailout de los grandes bancos que llevó a miles de familias a la bancarrota, porque son demasiado importantes para dejarlos quebrar.

El reconocimiento de un movimiento “hacia atrás” se ha vuelto extrañamente presente en los efectos económicos de la respuesta global al Covid-19 y parece delinear los albores de un empobrecimiento generalizado del llamado “primer mundo”: los largos meses de encierro forzado dejaron a las pequeñas empresas vulnerables a las embestidas de grandes latifundios económicos mientras que estos conglomerados hiperpudientes se enriquecieron abiertamente de la respuesta política al nuevo virus. Un empobrecimiento que actualmente también es visible en la crisis energética en la que este llamado primer mundo, especialmente Europa, podría ser incapaz de mantener su estándar de vida mínimo —e. g., calentar sus hogares en invierno— sin recursos naturales de una Rusia en guerra.

Para bien o para mal, el neomedievalismo, el neofeudalismo y la “Nueva Edad Media” están volviendo al mundo cultural al mismo tiempo que parecen ser herramientas útiles para examinar y entender descontentos actuales. Como áreas de estudios especialmente asociadas a Iberoamérica, nos proporcionan un contexto en el que nuestros mundos no son solo receptores, sino posibles generadores de teorías y parámetros de comprensión. El primer número de Neomedieval es idealmente el comienzo de una larga historia en que la disciplina en Iberoamérica sabrá tomar la iniciativa sobre estas posibilidades críticas.

Bibliografía

Altschul, Nadia. Geographies of Philological Knowledge. Postcoloniality and the Transatlantic National Epic, Chicago y Londres, The University of Chicago Press, 2012.

Altschul, Nadia. Politics of Temporalization. Medievalism and Orientalism in Nineteenth-Century South America, Filadelfia, University of Pennsylvania Press, 2020.

Altschul, Nadia y Lukas Grzybowski. “Em Busca dos Dragões: a Idade Média no Brasil”, Antiteses, vol. 13, n.º 26, 2020, pp. 24-35.

Bagnall, David. “The dynamics of favela justice; identity, legitimacy and legality”, Journal of Financial Crime, vol. 22, n. º 4, 2015, pp. 412-421.

Fradenburg, Louise. “'So That We May Speak of Them': Enjoying the Middle Ages", New Literary History, vol. 28, n. º 2, 1997, pp. 205-30.

Kabir, Ananya Jahanara. “Oriental Gothic: The Medieval Past in the Colonial Encounter”, Reorienting Orientalism, editado por Chandreyee Niyogi, Nueva Delhi, SAGE, 2006, pp. 65-88.

Marsden, Richard. “Medievalism: New discipline or scholarly no-man’s land?”, History Compass, n.º 16, 2018, pp. 1-9.

Ossona, Jorge. “Por qué el voto de los más pobres dejó de ser cautivo”, Clarín, 1.º de noviembre de 2015.

Schwartz, Roberto. “Misplaced Ideas: Literature and Society in Nineteenth-Century Brazil”, Comparative Civilizations Review, n. º 5, 1980, pp. 33-51.

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* Originalmente este artículo estaba previsto para ser el editorial del primer número de Neomedieval y fue finalizado por su autora en marzo de 2022.

1. “[R]olling other historical motifs into a homogenizing definition of medievalism”, “‘seek and ye shall find’ mentality” (Marsden 5-6).

2. “[T]ake for instance the Harry Potter books and films. In the films, especially, a counter-Reformationist fascination with ‘medieval’ magic and witchery interact with resurrected memories of past-war children’s literature to evoke and evade the realities of contemporary Britain” (Kabir 65).

3. Léase lo europeo como cristiano, ya que geográficamente lo musulmán no estaba siempre fuera del subcontinente.