Primeras aproximaciones a “lo medieval” en el contexto intelectual argentino de fin-de-siglo
First approaches to ‘the medieval’ in the Argentinian intellectual context at the turn of the century
Lidia AMOR
Instituto Multidisciplinario de Historia y Ciencias Humanas (IMHICIHU) - CONICET
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-4414-4148
lidiaamor@conicet.gov.ar
Resumen: Para los intelectuales latinoamericanos, en general, y argentinos, en particular, la Edad Media representó un símbolo ligado a la conformación de una nación moderna y una carencia que trataron de superar. En este contexto, la finalidad de este trabajo es examinar la constitución, alcance y significados de una red conceptual vinculada con la noción de Edad Media y el calificativo de medieval que se desplegaría en la historiografía argentina durante la etapa de conformación de la nación, es decir, desde 1810 (década en la que las Provincias del Sur integraron la ola independentista que siguió las revoluciones francesa y norteamericana) hasta las celebraciones del Centenario de la Revolución de Mayo.
Palabras clave: Edad Media; filología; neomedievalismo; historiografía argentina.
Abstract: For Latin American intellectuals, in general, and Argentine intellectuals, in particular, the Middle Ages represented a symbol linked to the formation of a modern nation and a lack, which they tried to overcome. In this context, the purpose of this work is to examine the constitution, scope and meanings of a conceptual network linked to the notion of the Middle Ages and the adjective medieval that would be deployed in Argentine historiography during the stage of formation of the nation. That is, from 1810 (the decade in which the Southern Provinces integrated the independence wave that followed the French and North American revolutions) until the celebrations of the Centennial of the May Revolution.
Keywords: Middle Ages; philology; neomedievalism; Argentinian historiography.
Recibido: 3/11/23
Aceptado: 11/12/23
Cómo citar: Amor, L. (2024). Primeras aproximaciones a “lo medieval” en el contexto intelectual argentino de fin-de-siglo. Neomedieval, 1, 45-55. https://doi.org/10.33732/nmv.1.6
Copyright: El/La Autor/a.
Esta obra está bajo una licencia internacional Creative Commons Atribución 4.0.
“The Middle Ages are the root of all our contemporary ‘hot’ problems, and it is not surprising that we go back to that period every time we ask ourselves about our origin” (Eco: 65).
El epígrafe de este trabajo proviene de un artículo de Umberto Eco citado, con frecuencia, en ensayos sobre neomedievalismo. En él, el célebre polígrafo italiano afirmaba que la Edad Media era la raíz de los problemas contemporáneos más acuciantes y que no resultaba sorprendente que volviéramos nuestra atención a ese periodo cada vez que nos preguntamos sobre nuestros orígenes. Para un auditorio europeo, esta afirmación puede resultar una verdad de Perogrullo, pero para un receptor latinoamericano implica, al menos, una afirmación inquietante que conduce a planteos historiográficos y éticos que no han podido ser zanjados hasta hoy. La aseveración refiere una historia social y cultural que debe mucho a esa etapa supuestamente fundacional de la geopolítica occidental y moderna. La aserción alude, asimismo, a una suerte de mandamiento que ha moldeado el pensamiento y la imaginación occidentales desde, al menos, el siglo XVIII,1 ya sea la de anticuarios e ilustrados consagrados a la labor arqueológica y archivística, la de los románticos obsesionados con los orígenes populares de sus culturas o la de los eruditos positivistas, comprometidos con la organización y administración de los Estados emergentes tras el repliegue de las monarquías “absolutistas”.
El párrafo anterior introduce el contexto ideológico (en la acepción de “perteneciente o relativo a las ideas”) en el que desearía enmarcar mis reflexiones, orientadas a examinar la constitución, alcance y significados de una red conceptual, en cuyo centro se erige la noción de Edad Media y el calificativo “medieval” que se desplegaría en la historiografía argentina durante la conformación de la nación, es decir, desde 1810 (década en la que las Provincias del Sur se sumaron a la ola independentista que siguió las revoluciones francesa y norteamericana) hasta las celebraciones del Centenario de la Revolución de Mayo.
Si bien el objetivo general no será desarrollado in extenso, en esta ocasión quisiera esbozar, al menos, los lineamientos primordiales, con la intención de respaldar indagaciones futuras. En ese sentido, deberé realizar una suerte de excursus que recoja mis contribuciones previas; principio a partir del cual sustentar análisis futuros.
Es preciso señalar, en primer lugar, que no resulta evidente la relación que establezco entre mi objeto de estudio y el área disciplinar que selecciono como marco teórico, el neomedievalismo; en especial, porque las investigaciones anteriores se desarrollaron al interior del campo de la filología. Como se sabe, todo el espectro científico moderno es o fue objeto de análisis metacrítico. Las filologías, tanto clásicas como modernas, no fueron ajenas a este tipo de evaluaciones, siguiendo los procedimientos habituales de la historiografía. Durante el último cuarto del siglo XX, la filología francesa devino objeto de evaluación y varios especialistas se propusieron narrar la historia de la disciplina desde sus orígenes decimonónicos. Las investigaciones fueron llevadas a cabo por los mismos filólogos y estudiosos de las lenguas y literaturas medievales como una forma de revisar los aportes de los maestros o de crear, inventar o consolidar tradiciones disciplinares y trazar líneas de trabajo a futuro de corte nacionalista o comparatista (siguiendo los hitos de Curtius y Auerbach). Dudo que en sus cavilaciones hubieran considerado la posibilidad de incluir sus resultados en el área del neomedievalismo.
En el marco de este ambiente metacrítico estudié la fisonomía cognitiva y social de la filología francesa en el siglo XIX2 y, en especial, la constitución de la figura erudita de Gaston Paris. En los artículos y comunicaciones que expuse a lo largo de esos años, intenté demostrar que la labor de Gaston Paris no solo colaboró con la inserción, en la mentalidad de sus contemporáneos, de una Edad Media particular, “la de los medievalistas”, como Charles Ridoux (1996) señalaba, sino que permitió fijar un arquetipo social específico, establecer la legitimidad de la disciplina, fijar sus parámetros y posicionar al filólogo en el campo intelectual y cultural de su época. Finalmente, comprobé que ese posicionamiento supuso, asimismo, la posibilidad de influir sobre las decisiones relativas a la dirección de los estudios superiores en materia de lengua y literatura y en las políticas lingüísticas en debate. Las conclusiones no solo contribuyeron a la intelección de la filología francesa, sino que me permitieron además comprender que la idea de Edad Media se aproximaba más a una utopía con la cual se pretendía resolver los problemas contemporáneos, así como de la relación y de los lazos que ese tiempo primigenio mantenía con el presente decimonónico.3 Era, en definitiva, un instrumento que resolvía las contradicciones, en el plano de lo simbólico, de la actualidad francesa decimonónica.
Mientras analizaba la producción del filólogo francés me crucé con la Historia de la literatura argentina (1917-1922) de Ricardo Rojas. En la introducción general y en el capítulo “La raza nativa” del tomo Los gauchescos, Rojas cita en dos oportunidades La poésie du Moyen Âge (1895), de Gaston Paris, para fundamentar tanto la incorporación de “los primitivos” a la historia de la literatura argentina como la pertinencia de su proyecto. Si bien la presencia del erudito francés parecería ser circunstancial, las ideas sobre las manifestaciones folklóricas indígenas y gauchescas que Rojas desarrollaba devolvían el eco de un diálogo in absentia con Gaston Paris, mediante el cual se habrían de aunar las convicciones de Rojas sobre los orígenes de las literaturas y, de manera transitiva, los de la nación. Si a través de los estudios de Ricardo Rojas parecía pertinente relacionar la filología europea con la escritura historiográfica literaria argentina, era, sin embargo, evidente que la vinculación podía darse únicamente a través de la adopción de un pensamiento analógico; es decir, mediante la comparación de los orígenes de la nación argentina con una época ubicable en un estadio similar en el contexto europeo. Sin embargo, la afinidad no suponía una igualdad “ontológica” o el carácter reflejo del modelo argentino respecto del europeo porque, como la evidencia fáctica indica, la Argentina (y de manera extensiva Latinoamérica) no tuvo Medioevo y, por tanto, la idea de Edad Media argentina no constituía sino un oxímoron irreductible y una suerte de contradicción en sí misma. No obstante, la lectura atenta de los escritos de algunos intelectuales argentinos permitía comprobar que la noción de Edad Media4 se hallaba en ellos presente y vehiculizaba concepciones relativas a la configuración del estado argentino. Asimismo, podía también percibirse que estas menciones empleaban una serie de sintagmas también utilizados en la historiografía europea, a través de los cuales se define la cronología de los países modernos. En esta línea de pensamiento, por ende, más que describir una realidad objetiva, “Edad Media” parece significar una falta, una omisión, un vacío en la conformación simbólica de la nación.
La figura de Rojas, modelo argentino que reflejaba o pretendía emular a eruditos como Gaston Paris, me proporcionaba una pista acerca de la posible existencia, en el pensamiento de los intelectuales argentinos, de una red conceptual sobre la Edad Media (que recogía una noción en proceso de formación en Europa) y su apropiación y modelación para explicar el surgimiento de la nación argentina. Un segundo ejemplo provino de Emilio Becher (1882-1921), periodista y escritor argentino, que, en 1906, publicó en el diario La Nación una tríada de artículos: “Elogio de la pereza”, “La tradición y el patriotismo” y “Problemas literarios”. En ellos, Becher reflexionaba sobre temas de actualidad, cuyo debate era consustancial con la construcción de la tradición histórica y literaria de la cultura argentina: en primer lugar, la adopción de formas de vida que van transformando las potencias capitalistas que se perfilan en ese fin-de-siglo; en segundo lugar, su aporte a la tan debatida cuestión nacional y al problema (subsidiario) de la oposición tradición-cosmopolitismo (ambigüedad que también surcó el espacio europeo); y, por último, Becher alude de manera muy tangencial a la controversia respecto de los temas que deben primar en las obras literarias argentinas, esto es, nacionales o universales, debate que encontrará en “El escritor argentino y la tradición” (Discusión) de J. L. Borges su expresión más cabal. Luego de proclamar una suerte de equilibrio salomónico por el cual el carácter regional de los temas no invalida el universal, Becher establece una cadena genealógica que se extiende hasta el periodo helénico, asimilando así la sucesión ininterrumpida con la que los europeos definen la génesis de la civilización occidental. La universalidad sanciona la pertenencia a una civilización milenaria, mientras que los temas autóctonos individualizan a los argentinos y les dan una fisonomía particular que los distingue de la masa indiferenciada de hombres y pueblos.
Al revisar estos ensayos, comprobé que, en su devenir, se había establecido un desplazamiento desde los estudios sobre Gaston Paris y la filología francesa del siglo XIX hacia las investigaciones acerca de la construcción simbólica de la nación argentina. Se había alzado un puente que conducía desde el análisis metacrítico filológico hacia el neomedievalismo. Este pasaje se sustentaba en una focalización distinta, ya que, desde la filología, no se cuestionaba la noción de Edad Media ni su red semántica ni los objetos que eran examinados a partir de estos parámetros. Los filólogos no dudaron ante el concepto de Edad Media, pues existía un consenso tácito sobre las nociones básicas del campo, umbral epistemológico imprescindible y lingua franca necesaria para edificar una tradición disciplinar. Son pocos los que sostienen que se trata de un constructo moderno, inventado por aquellos que han interrogado aquella época para su intelección. Esta idea proviene del ámbito del neomedievalismo.5 Es cierto que los medievalistas han batallado largamente para devolver una mirada neutra sobre los largos siglos medievales, pero no han problematizado demasiado los conceptos que explican los objetos bajo su escrutinio. El extrañamiento, la célebre ostranénie (остранение) de los formalistas rusos, frente a la idea de Edad Media, en mi opinión, provendría del neomedievalismo. Como recuerda Leslie Workman en la entrevista que concede a Richard Utz, personalidades como Norman Cantor (1991) demuestran que las ideas que los especialistas tienen de lo medieval fueron modeladas por sus sociedades y por sus historias personales, y fueron estos elementos los que determinaron sus formas de pensar lo medieval.
A partir de estas consideraciones preliminares que me permitieron confrontar la filología medieval con el campo intelectual argentino de principios del siglo XX, me parece pertinente sostener que “Edad Media”, “Medioevo” y “medieval”, más allá de las connotaciones positivas y/o negativas que poseen, integran una red conceptual que colaboraría con las narrativas oficiales referidas al origen de las naciones, no solo de Europa, sino también de América del Norte y Latinoamérica. No se trata de un origen cronológico o espacial sino simbólico, que justifica y legitima la pertenencia al conjunto de naciones que lucharon para liderar (y dominar) la geopolítica y la economía mundiales. Esta funcionalidad simbólica del Medioevo habría servido, entre otras cosas, para explicar la poesía presuntamente primitiva que conformaría, en cualquier sistematización historiográfica y, de manera específica en la argentina, el inicio de la cultura literaria nacional. La eficacia de la poesía nativa sería el resultando de un pensamiento analógico, mediante el cual las producciones de los primitivos y la gauchesca (de acuerdo con la clasificación que sellaron los historiadores de la literatura argentina) cobrarían identidad por su semejanza con la de los bardos y juglares medievales.
La Edad Media sería, asimismo, un eslabón imprescindible que permitiría enlazar el pasado clásico grecolatino con los tiempos modernos, concepción que el sintagma translatio imperii (de especial relevancia para definir la idea de herencia que se adjudicaron los hombres medievales) resumiría con claridad. Para Francia, Alemania o Gran Bretaña, el Medioevo fue la época en que se forjaron las culturas de sus países mediante la interrelación de los sustratos autóctonos con la colonización de la metrópolis romana y luego con las olas inmigratorias de los germanos. Esta amalgama modeló una conciencia de la diferencia respecto de la tradición clásica y constituyó un elemento que pesó grandemente sobre la mentalidad y el imaginario de los escolares medievales más allá de la media aetas. No obstante, a partir de las revalorizaciones de los anticuarios y románticos del siglo XVIII, esta visión poco halagüeña comenzó a revertirse. No me detendré a inspeccionar las formas que reviste el relato fundacional europeo, solo señalaré que, para países como la Argentina, esa leyenda era una norma que seguir para reafirmar la existencia de la nación. La cronología que depositaba en la Edad Media el primitivismo poético servía para integrar y superar ese pasado poético que estaba allí.
La mundialización de la Edad Media o, mejor dicho, la occidentalización del Medioevo definía una forma de civilización que se proyectó hasta nuestra actualidad, como demuestra este fragmento del artículo ya citado de Umberto Eco:
We are dreaming of the Middle Ages, some say. But in fact, both Americans and Europeans are inheritors of the western legacy, and all the problems of the western world emerged in the Middle Ages. Modern languages, merchant cities, capitalistic economy (along with banks, checks, and prime rate) are inventions of medieval society. In the Middle Ages we witness the rise of modern armies, of the modern concept of the national state, as well as the idea of a supernatural federation (under the banner of the German emperor elected by a Diet that functioned like an electoral convention), the struggle between the poor and the rich, the concept of heresy or ideological deviation, even our contemporary notion of love as a devastating unhappy happiness […] (64).
En síntesis, la mirada que el siglo XIX posaba sobre los tiempos medievales habla más de lo que los hombres necesitaban conceder a ese concepto de lo que realmente fue.
Concluiré provisoriamente este artículo refiriéndome a un pasaje del Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas de Domingo F. Sarmiento (1845-1874), texto fundacional de la historiografía argentina. Resulta claro que Sarmiento relacionaba la barbarie, el atraso de la campaña, con una situación análoga emplazada en el oscuro siglo XII (que, a decir verdad, fue exactamente lo contrario a lo que la fama posterior le atribuyó, pues fue testigo de la renovatio cultural y científica o, en términos más generales, fue protagonista de uno de los tantos renacimientos que jalonaron la historia de la Europa medieval):
El gaucho cantor es el mismo bardo, el vate, el trovador de la Edad Media, que se mueve en la misma escena, entre las luchas de las ciudades y del feudalismo de los campos, entre la vida que se va y la vida que se acerca. El cantor anda de pago en pago, “de tapera en galpón”, cantando sus héroes de la pampa, perseguidos por la justicia, los llantos de la viuda a quien los indios robaron sus hijos en el malón reciente, la derrota y la muerte del valiente Rauch, la catástrofe de Facundo Quiroga y la suerte que cupo a Santos Pérez. El cantor está haciendo, candorosamente el mismo trabajo de crónica, costumbres, historia, biografía que el bardo de la Edad Media, y sus versos serían recogidos más tarde como documentos y datos en que habría de apoyarse el historiador futuro, si a su lado no estuviese otra sociedad culta, con superior inteligencia de los acontecimientos, que la que el infeliz despliega en sus rapsodias ingenuas. En la República Argentina, se ven a un tiempo, dos civilizaciones distintas en un mismo suelo: una naciente, que sin conocimiento de lo que tiene sobre su cabeza, está remedando los esfuerzos ingenuos y populares de la Edad Media; otra que, sin cuidarse de lo que tiene en sus pies, intenta realizar los últimos resultados de la civilización europea. El siglo XIX y el siglo XII viven juntos: el uno, dentro de las ciudades, el otro, en las campañas (99-100. Mi destacado).
Destacaría algunos fragmentos de la cita que sirven, en mi opinión, para iluminar mi exposición. En primer lugar, la homologación del cantor con el trovador (que, con mayor justicia, debería ser llamado juglar) y su papel en la difusión de los grandes acontecimientos que, más tarde, serían los documentos necesarios para escribir la historia. Esta idea se ampliará, en un pasaje posterior, cuando Sarmiento explique la relevancia del cantor para la conservación de la historia primigenia, proceso que los románticos y, más tarde, los filólogos, han fijado en la historiografía. Sin embargo, Sarmiento, con una lúcida conciencia del sincretismo de los nuevos países latinoamericanos, comprende que esa temporalidad milenaria de los europeos se funde en una simultaneidad compleja, problemática. Y el Facundo no solo pretenderá denunciar esta simultaneidad, sino que será el intento ciclópeo del ensayista argentino para superarlo.
Bibliografía
Amor, Lidia. “La literatura argentina frente al espejo del medievalismo francés”, Historiografías literarias decimonónicas. La modernidad y sus cánones, editado por Florencia Calvo y Lidia Amor, Buenos Aires, Eudeba, 2011, pp. 161-174.
Amor, Lidia. “Apuntes para una historia de la filología en Francia: Romania (1872-1892)”, El erudito frente al canon, editado por Florencia Calvo y Lidia Amor, Santander, Real Sociedad Menéndez Pelayo, 2013, pp. 156-193.
Amor, Lidia. “Autobiografía, historia de la filología y cartografía del saber. Gaston Paris y las reformas de la educación superior en la Francia de fin-de-siglo”, El erudito frente al canon II. Por una filología de la historia literaria, editado por Florencia Calvo, Mariano Saba y Lidia Amor, Buenos Aires, Instituto de Filología Dr. Amado Alonso, 2014, pp. 211-232.
Becher, Emilio. “Elogio de la pereza”, Antología, textos y protagonistas de la bohemia porteña, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1992a [1906], pp. 14-18.
Becher, Emilio. “La tradición y el patriotismo”, Antología, textos y protagonistas de la bohemia porteña, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1992b [1906], pp. 29-33.
Becher, Emilio. “Problemas literarios”, Antología, textos y protagonistas de la bohemia porteña, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1992c [1906], pp. 34-38.
_______________________________
1. Durante el periodo que se ha denominado Renacimiento, y cuya temporalidad se superpone con los tiempos medievales, se acuñó el término media aetas, esa edad intermedia entre el esplendor grecolatino y su recuperación (en especial por los humanistas) a partir del siglo XIV, aproximadamente. Esta desvalorización del Medioevo, como época oscura y bárbara, marcará la percepción de ese milenio en la Modernidad, aunque esa visión será refutada hacia fines del XVIII y principios del XIX. En ese sentido, estas dos valoraciones opuestas nutren la idea de una Edad Media rosa y otra negra.
2. Adopto y adapto estos conceptos de Ursula Bähler: “Le (re)positionnement et la (re)définition des disciplines passe naturellement par des réflexions sur l’objet, sur les méthodes et sur le statut des différents branches du savoir. Chaque discipline –et surtout les plus récentes, comme la philologie romane– doit chercher sa place dans le système global des sciences et dans le paysage institutionnel. Chaque discipline se voit oblige, en d’autres termes, de définir son identité sociale. Une autre raison qui explique le phénomène en question réside dans le procès interne de la scientifisation de la philologie romane. Une large partie de l’argumentation de Gaston Paris a en effet pour but d’amener un changement de paradigme, de remplacer tout ce qui relève de ce que le savant regarde comme pré- ou a- scientifique […]. Outre une identité sociale, la nouvelle discipline doit se donner également une identité cognitive” (206).
3. Considero importante señalar que mis trabajos tienen un carácter complementario respecto de los estudios desarrollados en Europa y en Estados Unidos y se vinculan, en particular, con la producción de Gaston Paris que Ursula Bähler, especialista suiza que ha consagrado trabajos monográficos de gran erudición y de suma relevancia para el conocimiento del filólogo francés, no analiza de manera pormenorizada.
4. Queda pendiente rastrear las características o qué Edad Media se delinea en estos autores. Tal como señala Raquel Crespo-Vila (548) no existe una, sino múltiples concepciones de un periodo que, por otra parte, se extiende por más de un milenio.
5. En la entrevista que Richard Utz realiza a Leslie Workman, este comenta: “My training at Columbia had shown me how history is constructed by historians, and my teaching experience led me to realize the implications of this” (487).